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domingo, 21 de noviembre de 2010

Manchas de sangre

Karen llegó a mi casa con su sonrisita reluciente en pleno luz del día. La recibí en la puerta como era mi costumbre. La saludé con un besito en sus labios, y le agarré la mano mientras la miraba fijamente a los ojos. No podemos entrar nena, dije. ¿Por qué? Cuestionó. La casa está vacía, y tú sabes que no es una buena idea estar solos, contesté. Frunció el ceño y cerró los ojos despacio.


-Entiendo, amor.
-Gracias.

Junté la puerta y nos sentamos en el suelo. Cogió mi brazo y lo apretó fuerte. Llevaba una cartera elegante de color morado que combinaba con su pantalón.

-¿Qué llevas en la cartera?-pregunté.
-Algo que quiero hacer contigo… Pero lo malo es que no lo podemos hacer aquí afuera.
-Y qué es-traté de abrirlo y ella cogió mi brazo fuerte.
-No lo toques. No quiero que lo saques aquí.

Cogí la cartera.

-¿Qué haces?
-Me lo llevo adentro para ver qué es.
-Si entra la cartera entro yo.
-Vale, entra.

Cerré la puerta ya adentro y llegamos a la sala donde nos sentamos en el sillón más grande. Me miró y me preguntó: ¿Cuánto me quiere? La miré sorprendido. Pues, mucho y tú lo sabes. Pareció convencida, abrió su cartera. No alcanzaba a ver qué era. Saco un objeto largo con un mango de plástico y grueso. Brillaba por la luz de la sala y por lo nueva que estaba. Observé, me asusté. ¿Qué haces con eso, Karen? Se quedó callada. Agarró el objeto y pasó su lengua por él. Lo cogió con las dos manos y me dijo: Hay que hacerlo antes que venga tu mamá.
Llevábamos dos semanas planificándolo, pero nunca pudimos concluir cuándo. Hace tres semanas éramos una de las parejas más amorosas. Pero, sin embargo, queríamos que esto pasé. Nadie nos quería. Nuestros padres nos botaban como excremento a la calle y siempre nos decían que no volviéramos a casa. No servíamos para nada nos decían en la escuela. Muéranse hijos de puta, nos gritaban. Nunca debí acortarme con tu puta madre, nos decía nuestro padres. Solo nos teníamos uno al otro y el amor que sentíamos nos conectaba con el mundo. Debíamos hacerlo, iba a doler pero nos iba a excitar. Cogí el cuchillo con la sangre de Karen, he hice lo mismo. Ella continuaba con su muñeca. El sabor de nuestra sangre junta era algo especial. La muñeca de Karen era delgada, la sangre salía despacio. Continué con mi muñeca.

Sacó de su cartera dos pistolas. Me entregó una y ella cogió otra. En la cuenta de tres disparamos, amor. Vale. Metió su mano y sacó un papel. Que la mantuvo en su mano por un tiempo. Ya, es hora. Me señaló con la pistola y yo a ella. Me miró y me dio un beso. Se alejó. Uno. Miró su arma en mi cabeza. Dos. Me dijo que me amaba y yo a ella. Tres.

El sonido resonó en toda la casa. Había disparado pero ella no. La sangre en su cabeza surgía como agua. Mierda, mierda, qué pasó. Miré su arma. No había balas. Mierda, mierda. La abracé, su mano se había abierto y mostraba el papel. Para Gabriel. Hola Gabriel, sé que no quieres esto, así que solo puse una bala en tu arma. Espero me disculpes. Te amo. Lloré.

Abrieron la puerta.

-Hijo, ¿qué ha pasado?
-Nada mamá. Nada.

Cogí el cuchillo.

-Hijo, nooo….

El cuchillo se embarró de toda la sangre que pudo. Me arrodillé y di un grito.

-Nunca me quisiste.

Mi madre ya estaba muerta.

-Gracias, Karen.

Clavé el cuchillo en mi cuerpo y solté otro grito. Gracias, amor.

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