Espantando los mosquitos que me inquietaban con tanto esmero, pude recordar aquel cuento de una pequeña mariposa atrevida que enfrento a un hombre para que no pase, y mate por completo, a su querida que yacía en el suelo moribunda y cansada de dolor; y aquel hombre viendo aquel esfuerzo caminó por el otro lado lodoso, porque aquella mariposa se merecía ver y estar con su amante los segundos que le quedaba, por su valentía.
Y rascando mi pierna, comenté sobre lo que me pasaba. Y mientras su beso acariciaba mis labios pude sentir su cuerpo chocando el mío y su caricia de niña suave. Y comprendí que para mí el amor era algo que no podía dejar pasar. Y mientras dejábamos de besarnos contemplé que ese cariño que había fugado había regresado cabizbajo y con esa sonrisita que no lo perdió ni por las dificultades. Entró en mí como salió y ahora sólo comprendo que sigo siendo ese amante del amor que una vez deje de serlo. Y por el amor escribo y por él me dedico.
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