El pleito con Lucía me llenaba de cólera y tristeza, pero sabía que al fondo donde ella decía que no había nada estaba esa sensibilidad que tranquilizaba su orgullo. Lucia se enfadó, o tal vez yo, porque nos distanciamos en algunos días, porque ella paraba con sus amigos, inseparables. Mira Lucía, quiero que estés bien y si estar con tus amigos te hace más feliz que estar conmigo, pues, vale quédate con ellos y yo me iré. Discutimos con esa voz que nunca había escuchado de ella y con mi voz que ella nunca había escuchado. Fue divertido ver su rostro enojado con las arruguitas de su nariz bien formada y limpia, sus ojos bien abiertos para ver cada gesto o cada reacción que tenía. Sus labios aferrados a sus palabras, cada letra pronunciada era tan rápida que a veces se me hacía difícil de entender. Y qué hablar de sus manos, suaves, pero toscas al formar la posición para el ataque.
Hubo una maniobra rápida por parte de ella, sus dedos juntos y la palma bien extendida se alzaba, acto continuo, chocaron contra mi cachete izquierdo dejando una huella roja, grande y dolorosa. Se iba de la batalla y los soldados de mis manos la agarraron fuerte, y le dije que no se vaya. Suéltame Josué, me quiero ir, ¡suéltame! No la solté, aunque hubiese esa discusión y la cachetada nunca la soltaría porque la amaba. Me das cólera Josué ¿lo sabías? Claro que lo sabía. La miré y ella a mí, pero sus ojos presentaban algo de sorpresa como si nunca la hubiera mirado de esa forma. Mis ojos presentaban tranquilidad, suavidad, un poco de sensibilidad y mis pestañas risadas formaban a mis ojos más femeninos, hermosos, pero lo que más le sorprendió fue ver mis ojos brillantes, no por felicidad, sino por las lágrimas. Agachó la cabeza y yo la quise abrazar pero ella lo hizo primero. Hay algo que tengo que decirte. Dijo.
-Dímelo.
Sus ojos no soportaron tanta presión que su conciencia le daba, y lloró.
-Juan Carlos…-su pausa fue tan larga y profunda que una parte de mí me dijo que eran malas noticias- Me besó.
-¡¿Qué?!
Agachó la cabeza.
-¿Por qué no me lo dijiste?
-Tenía miedo. Lo siento.
-Pero miedo a qué. ¿Cómo pasó?
-Lo siento. Yo lo dejé que me besara… fue algo estúpido de mi parte, Josué. Pero es que…
-¿Tú lo dejaste?-le corte las palabras-.
Hubo un silencio en ella que la mantuvo con ganas de llorar aun más.
-Continúa-le dije con un tono de decepción.
-Eso fue todo, nada más pasó.
-Respóndeme algunas preguntas-le dije- ¿tú sientes algo por él? Y ¿qué es lo que sientes por mí?
Lloró más aún.
-No… no… no, no te puedo decir nada de eso.
La miré y ella a mí. Nuestras miradas se confundían.
-Entonces…-dije-sí sientes algo por él.
-Sí… Lo siento.
-Y qué por mí.
-No lo sé.
Juan Carlos un pata que al comienzo del año habíamos tenido confianza. Fui el primero en hablarle, fui él que lo integró a todo el grupo de amigos, cuando lo culpaban yo lo defendía. Era como un amigo para él pero, de cierto modo, él no me veía así.
Lucia se secó el rostro con un pañuelito que nunca había visto que ella lo llevara. Lo guardó.
-Lucía… ¿Por qué no me lo dijiste antes?… ¿cuándo pasó eso?
-Fue en junio.
-¿En junio? Pero si estamos agosto. Me lo guardaste todo este tiempo. ¿Por qué?-mi tristeza se llenaba de cólera profunda y pura, con algo de rabia exagerada.
-Porque pensé que ese gustito que tenía por Juan Carlos iba a pasar. Pero no fue como dije… él me mandaba cartitas, me regalaba cositas que tú nunca habías hecho. Él era más sensible que tú. Juan siempre me decía cosas bonitas, y siempre con sus miraditas. Eso hizo que me enamore de él. ¿Acaso tú hiciste algo para que me enamore de ti? Tú sólo te declaraste porque sabías que me gustabas…
-Pero yo te llegué a amar.
-Pero ¿acaso reforzabas ese amor? Dime tú cuándo me mandaste una carta.
-Nunca.
-¿Cuándo me dijiste cosas bonitas o cuando me regalaste una cajita de chocolates o un peluchito?
-Nunca.
-¿Y así querías que esta relación continúe? Cuando yo fui la que te dio las cartitas, la que te compró un polito y la que te dio un marco con nuestra foto. Tú no ponías de tu apoyo. Tú no hacías nada.
-Pero no debiste hacer eso si estabas conmigo… Hubiese preferido que lo hicieras cuando me hubieses terminado-tragué la poca saliva que tenía en mi boca-. Adiós.
Levanté mi cabeza, con el ánimo, y me fui.
3 comentarios:
"Esa sensibilidad que tranquilizaba su orgullo." Me encantó esa frase. Bonito relato.
lo leo otra vz..
y no me aburre!
es demasssiado
todo !
deberias seguir escribiendo!
aunqe digas otra cosa!
Ale*
siii debes seguir escribiendo lo haces bien
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