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lunes, 27 de diciembre de 2010

El llanto de Susan

Esa noche Susan vistió un dulce vestido crema y unos tacos que reflejaban el brillo en ella. Al verme cogió mi brazo y caminamos hacia el carro que había alquilado para esa noche. La llevé a la fiesta de graduación y ahí bailamos. Era estupenda la noche. Estaba, yo, ahí con la chica más guapa de quinto de secundaria. La música sonaba en todo el local como en la calle; la fiesta en el Jirón Herrera Ávila era un lugar estupendo para poder salir sin problemas a la calle.
La pista de baile estaba llena, ya no había espacio para alguna pareja más que quisiera incorporarse al ritmo y sonido de la música. Tomé su mano con rapidez y ella cogió mi hombro con su linda mano mientras sonaba una canción suave y romántica. Nos miramos, y ella apoyó su cabeza en mi pecho. Apreté su mano con delicadeza y lloró. Traté de ver su rostro y limpiar su tristeza con mi mano pero ella se resistió. Lloraba en silencio y en compas con la canción de amor. Al terminar de limpiarse cogí sus cachetes y la miré, y la besé. Gustó de nuestro beso pero sin embargo se alejó, se iba de la pista del baile, salía por la puerta, se iba del local. La seguí rápidamente y ella se paró en medio de la pista de la calle. Miró mis ojos. <> gritó. Cogí su brazo y ella se acurrucó en mi cuerpo sin dejar de llorar.

-¿Qué pasa, amor?
-Estoy embarazada.

La miré confundido, asustado, encolerizado. Se alejó de mí y cerró los ojos. Le agarré los brazos y ella volteó su rostro. La cólera salió de mí en lágrimas, empapando mi rostro.

-Pero… Si nunca tuvimos sexo.
-Lo sé, Leo.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Decidí olvidarte

Diego.


Hoy decidí olvidarte, sacarte de mi vida y botarte en el mismo basurero donde tú arrogaste mi corazón. Te olvidaré porque será lo mejor para mí, porque así podré continuar con mi vida y seguir amando. Te alejaré en una caja blanca y te encerraré con candado y no podrás salir. Será algo bueno, ya no puedo esperar.

Cogeré tus cartas, peluches, canciones, juegos, fotos, collares, pulseras, y todo lo demás, y lo botaré así como te gusta a ti. Pero antes leeré tus cartas usando y mirando todo lo que me diste. Maltrataré mis sentimientos por última vez y recordaré los momentos de nuestra relación. Me suicidaré en mi interior, y podré botarlo sin ninguna interrupción. Y seré feliz sin ti.

Feliz sin ti, sin nada que me interrumpa, sin dificultades y sin vergüenzas. Me aferraré a la poca dignidad que me dejaste y viviré con ello. Viviré para no recordarte jamás, para que no te encuentre otra vez, para ser como era antes. Seré como ayer. Ya no puedo esperar.

No puedo esperar que me hables y me des tus cartas y las infinidades de cosas que harás para mí. No puedo esperar que me ames como yo a ti. Quiero pensar que me diste todo, y que no me quieres; y te tengo que olvidar. Pero aún no te conozco. Solo te miro en la calle donde sueles estar. Y es que aún no eres mío y no me has hecho daño pero yo ya te quiero olvidar.

De: Gloria.

A Sheyla

sábado, 18 de diciembre de 2010

Decirle que la amaba

Decirle que la amaba fue una mala idea. Sabía que ella aún sentía algo por André, sus sentimientos hacia él no se habían ido como yo lo había pensado. Después de ver cómo me decía que me consideraba como un amigo, opté por no llorar y darle una sonrisita hipócrita diciéndole que no se preocupara. Al parecer ella se tranquilizó y se puso algo alegre que lo comprendiera.

-¿Qué sientes por André?
-Lo amo.
-Eso me temí.

Mis manos no dejaron de sudar mientras ella me hablaba que no lo podía olvidar, que esos días felices seguían siendo de ella; sin embargo, no de él.

-Yo te amo solo a ti.
-No sigas, Samuel.

Volteó el rostro para no mirarme. Estaba llorando. No me había percatado cuándo esas lágrimas se deslizaron en mis mejillas. Y la verdad es que la amaba.

-¿Me puedes dejar solo?

Se paró y se fue. Me sequé las lágrimas con mis manos. Susurré:

-Pero, él no te ama-cogí mi valentía en mis pecho y absorbí la vergüenza en mí-. Yo, sí.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Joaquín y su ilusión

Joaquín me comentó un día que le gustaba una chica, ¿De verdad? Pregunté y él asintió con una mueca. Me contó que cuando la miraba sentía una enorme vergüenza que no sentía con otras chicas. Me susurró al oído, también, que se había enamorado. Hey, y ¿la conoces? Y me respondió que había intentado hablarle desde octubre pero su valentía de hombre suspicaz no le permitía. Pero háblale, pues, hombre. Su gestó cambió de un momento a otro encontrando su posición más cómoda en su rostro cansado. Tenía un plan. Me confesó que el plan lo había obtenido desde octubre y que nunca lo pudo cumplir. Pero, estamos diciembre, Joaquín. Su sonrisa no se iba de su rostro y miró a todos lados y se me acercó más diciéndome que esta vez iba en serio.


Un día Marta me contó que Joaquín le había contado sobre la chica y que él le iba a hablar; Y ¿cuándo te dijo eso? Y ella respondió: En octubre.

Ayer en la tarde, me encontré con él. Salíamos del instituto. Oye, y qué tal las clases. Bien respondió. Hoy mi teacher nos dijo que el proyecto sería en parejas. Y me comenzó a contar toda la clase, me arrepentí de haberle hablado. Llegamos al paradero y continuó soltando palabra tras palabra que a veces no llegaba a ningún punto. Oye, Kevin. Mira, ahí está. Volteé disimuladamente y le pregunté quién era. Me señaló a la chica y pude verla mejor. Bien pues, anda háblale. No way, me da palta. No dejó de verla hasta que subió a su carro. Oye, que mongol eres. Era para que vayas y le hables. Agachó la cabeza, y me dijo que no podía porque siempre estaba con sus amigos. Now, do you understand why I can’t talk to her? Su mirada se cortaba con suaves pestañeos. Lo miraba pero él no quería ser mirado. En esos momentos deseé que siguiera hablando de sus clases de inglés, pero su garganta se resistía a hablar.

Joaquín sabe cómo hablarle pero, desde siempre, supo que no lo iba a hacer. Sus tardes son noches sin ella, sin alguien, sin nada. Una vez lo escuché decir que no es un hombre al no poder hablarle a una chica. Lo traté de animar pero él me comenzó a hablar de que se sentía triste y que nada le podía animar. Dude, I feel so bad. The entire thing I thought I will do, I can’t. Every day I think I will do it but in the end of the day I see that I’m a fraud. I feel so bad, man. None can change who I am. I can’t talk to her and I can do nothing .Y siguió desquitándose hasta que se fue.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Nunca te dejé de querer

Te quise desde que mi hermana te presentó a la familia, desde que nuestras miradas se conectaron en esa chispa de pasión como aquella frase cursi de amor a primera vista. Mientras Sofía, mi hermana, no se enteraba de lo nuestro, nosotros nos veíamos seguido, salíamos, íbamos a aquel cine donde supimos que debíamos besarnos pero, sin embargo, no lo hicimos. Me llevabas a ese parque donde me robabas sonrisas con tu graciosa simpatía mientras mi hermana creía que estudiabas.


Y cómo olvidar los momentos felices que pasamos juntos, las cuales me hicieron quererte más y más. Y aún me acuerdo que una vez me cantaste la canción que compusiste para mí, y esos mil poemas de los cuales me leíste solo quince. Nunca olvidaré lo feliz que fui contigo y la enamorada que estaba y que aún lo estoy. Fuiste el amor que me inquietaba de noche y me enamoraba de día.

Y, yo, nunca te dejé de querer, aun cuando Sofi lloraba desconsolada en mi cuarto; arrodillada me expresaba que tú la engañabas. Mi hermanita mayor en medio de llanto me mostraba esas fotos que unos amigos suyos te habían tomado en el parque donde me llevabas. Pero aun así no te dejo de querer, aun cuando engañabas a mi hermana conmigo; y a mí, con otra.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Amor de noche

La noche anterior la tomé en mis brazos, y no la solté. Nos acurrucamos en la alfombra mientras nos besábamos, mientras nos amábamos. La tenue luz de la habitación hacía romántico el momento, con el suave sonido de una balada. Los pétalos de rosa esparcida por la habitación y las copas de champán eran perfectos. La noche perfecta con la mujer ideal. Nos amamos hasta cansarnos, y después del amor nos quedamos en la cama mirando el techo y pensando. Nos manteníamos tapados, un poco alejados. La miré algo cansado y ella cerró los ojos. Me pegué a su cuerpo y le acaricié los brazos, murmuró que me amaba. Y le contesté con un beso. Abrió sus ojos. Tocó mi pecho y echó a llorar mientras seguíamos besándonos. Rosé su cintura y ella me pegó a su pecho. Nos amamos de nuevo y dormimos tranquilos. Estábamos cansados por lo de la noche y por la boda de ese día.


Desperté y ella seguía durmiendo tranquila. La abracé y le obsequié un beso en la frente. Ella despertó, un poco despeinada, susurrando que nunca olvidaría esa noche y que, con motivo, me iba amar para siempre. Me costó creerle pero, sin embargo, lo hice sin saber que tres años después ella se iría de mi vida. Se iría con Raúl, el del buen cuerpo, dejando en ausencia de un padre a nuestro hijo Carlos. Y la besé con pasión y ella me besó también. Nos levantamos, nos cambiamos y salimos del cuarto. Nos despedimos y quedamos en encontrarnos.

Llegó la noche y ahí estaba de nuevo, toda ella, toda una mujer y toda una tentadora. Nos sentamos y hablamos, lloramos recordando. Y dormimos de nuevo, juntos.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Un añito más

Su rostro contemplaba los dibujitos en el fuego de la vela en esa tortita pequeña. Y sólo con un desvío de mirada ella miraba con su rostro inocente a los niños de su edad, alrededor de ella esperando a que se reparta la pequeña torita. Y al terminar la canción de honor a la cumpleañera los muchachos con entusiasmo hicieron la colita desordenada al frente de la mesa. Mientras la cumpleañera repartía su torta a sus amiguitos, ella se quedó sin un pedazo alguno.

Al irse los niños, la niña sonrió cansada mientras se quedaba dormida. Su padre la acomodó en el colchón del cuarto. Al abrir sus ojitos la niñita notó el yanto sigiloso de su padre. Y como hija preocupada se levantó cansada y abrazó a su padrecito, y con esa vocecita sencilla le agradeció a Dios por el regalo más grande que ella nunca pidió: su padre. El hombre con barba mal afeitada, la abrazó como cuando su esposa los abandonó y le repitió esas palabras que le dijo antes. Él no dejaba de abrazar a su bebé ni de acariciarla con su poca ternura. Sus manos ásperas rozaban el rostro de la niña, y ésta se echaba en su pecho. El padre cogió a su niña y la echó, otra vez, en el colchón. La tapo con una mantita. Y lloraba en silencio mientras veía a su hija durmiendo sin haber comido algo.

Salió corriendo sin parar. Asesinó a un hombre quitándole todo lo valioso. Con el dinero en la billetera consiguió una tortita pequeña. La llevó a casa y despertó a Anita.

-Gracias papito.

-Come hijita, come…

Sonrió cansado, culpable; y la niña sonreía alegre y satisfecha.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Nunca me quisiste

Cerré los ojos y estuve muerto por dos segundos.


Abrí los ojos y desperté en un sueño que me llevaba de un lugar a otro. Mis manos temblaban y mi cuerpo se ponía tieso y frío. ¿Había muerto? Saqué de mi bolcillo la canica de vidrio que mi hermano me había obsequiado la noche de navidad. Lo miraba mientras el vidrio se derretía en mi mano. Se notaba un pequeño grumo, era una piedrecita. Lo cogí y desapareció. Cerré los ojos y los abrí en poco tiempo. Me hallaba en un árbol de navidad al costado de mi cama, con un pequeño regalo mal envuelto. Lo agarré con las dos manos. Era un muñeco de acción con cuerpo bien definido y ejercitado. Comencé a jugar sin moverme de la cama. Quise pararme cuando me di cuenta que mis piernas habían desaparecido, que no volvería a caminar. Abracé la almohada y cerré mis ojos. Al abrirlos estaba parado en medio de un desierto. Las nubes eran pocas y el sol quemaba cada vez más. Omití esa ilusión, cerré los ojos. Los abrí y estaba en mi cuarto con mi hermana mayor. La abracé y ella no se movía. “Suéltame… Nunca te quise” dijo. Lágrimas salían de mí. “No eres nada. Ya no necesitas despertar. Quédate durmiendo.” prosiguió. Cerré mis ojos y los abrí, mi hermana seguía ahí mirándome. “No volveré a despertar, hermanita. Solo quiero que sepas que yo sí te quiero.” Cerré los ojos.

-Hicimos lo que pudimos. Pero fue como si él no se hubiese querido despertar.
-¿Qué?... Quiero ver a mi hermano, hermanoo…
-Tranquilícese señorita. Hay más pacientes aquí. ¡Tranquila!
-Usted no entiende Doctor-seguía gritando.
-¡Tranquila!

Comenzó a llorar.

-Nunca lo quise. Pero me hará falta porque era lo único que tenía.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Manchas de sangre

Karen llegó a mi casa con su sonrisita reluciente en pleno luz del día. La recibí en la puerta como era mi costumbre. La saludé con un besito en sus labios, y le agarré la mano mientras la miraba fijamente a los ojos. No podemos entrar nena, dije. ¿Por qué? Cuestionó. La casa está vacía, y tú sabes que no es una buena idea estar solos, contesté. Frunció el ceño y cerró los ojos despacio.


-Entiendo, amor.
-Gracias.

Junté la puerta y nos sentamos en el suelo. Cogió mi brazo y lo apretó fuerte. Llevaba una cartera elegante de color morado que combinaba con su pantalón.

-¿Qué llevas en la cartera?-pregunté.
-Algo que quiero hacer contigo… Pero lo malo es que no lo podemos hacer aquí afuera.
-Y qué es-traté de abrirlo y ella cogió mi brazo fuerte.
-No lo toques. No quiero que lo saques aquí.

Cogí la cartera.

-¿Qué haces?
-Me lo llevo adentro para ver qué es.
-Si entra la cartera entro yo.
-Vale, entra.

Cerré la puerta ya adentro y llegamos a la sala donde nos sentamos en el sillón más grande. Me miró y me preguntó: ¿Cuánto me quiere? La miré sorprendido. Pues, mucho y tú lo sabes. Pareció convencida, abrió su cartera. No alcanzaba a ver qué era. Saco un objeto largo con un mango de plástico y grueso. Brillaba por la luz de la sala y por lo nueva que estaba. Observé, me asusté. ¿Qué haces con eso, Karen? Se quedó callada. Agarró el objeto y pasó su lengua por él. Lo cogió con las dos manos y me dijo: Hay que hacerlo antes que venga tu mamá.
Llevábamos dos semanas planificándolo, pero nunca pudimos concluir cuándo. Hace tres semanas éramos una de las parejas más amorosas. Pero, sin embargo, queríamos que esto pasé. Nadie nos quería. Nuestros padres nos botaban como excremento a la calle y siempre nos decían que no volviéramos a casa. No servíamos para nada nos decían en la escuela. Muéranse hijos de puta, nos gritaban. Nunca debí acortarme con tu puta madre, nos decía nuestro padres. Solo nos teníamos uno al otro y el amor que sentíamos nos conectaba con el mundo. Debíamos hacerlo, iba a doler pero nos iba a excitar. Cogí el cuchillo con la sangre de Karen, he hice lo mismo. Ella continuaba con su muñeca. El sabor de nuestra sangre junta era algo especial. La muñeca de Karen era delgada, la sangre salía despacio. Continué con mi muñeca.

Sacó de su cartera dos pistolas. Me entregó una y ella cogió otra. En la cuenta de tres disparamos, amor. Vale. Metió su mano y sacó un papel. Que la mantuvo en su mano por un tiempo. Ya, es hora. Me señaló con la pistola y yo a ella. Me miró y me dio un beso. Se alejó. Uno. Miró su arma en mi cabeza. Dos. Me dijo que me amaba y yo a ella. Tres.

El sonido resonó en toda la casa. Había disparado pero ella no. La sangre en su cabeza surgía como agua. Mierda, mierda, qué pasó. Miré su arma. No había balas. Mierda, mierda. La abracé, su mano se había abierto y mostraba el papel. Para Gabriel. Hola Gabriel, sé que no quieres esto, así que solo puse una bala en tu arma. Espero me disculpes. Te amo. Lloré.

Abrieron la puerta.

-Hijo, ¿qué ha pasado?
-Nada mamá. Nada.

Cogí el cuchillo.

-Hijo, nooo….

El cuchillo se embarró de toda la sangre que pudo. Me arrodillé y di un grito.

-Nunca me quisiste.

Mi madre ya estaba muerta.

-Gracias, Karen.

Clavé el cuchillo en mi cuerpo y solté otro grito. Gracias, amor.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Ella.

Ella apareció de la nada una tarde. Se paró frente mío y me miró a los ojos. Se metió en mi caminó hacia casa y nunca más quiso irse. Siempre la veía por las tardes cuando salía de estudiar. Su hermosura de niña tranquila apaciguaba mis deseos de besarla.

Una noche, cuando todos dormían, me senté frente al teclado de la computadora, y comencé a describirla. Tecleaba con rapidez y firmeza. Al cabo de cinco minutos, sin descansar mis dedos, comencé a borrar cada palabra. Ni una descripción mía se acercaba a su hermosura.

La miraba cuando nos cruzábamos en el paradero, cuando subía al carro, cuando bajaba y se iba a su destino, su casa. Y siempre era lo mismo: La salida, al bus, al paradero de llegada, al callejón que guiaba a su casa.

Mi mundo era una persecución del amor platónico que sentía por ella. Era mi éxito de todos los días robarle una miradita.

Ahora me paro como perro sin hogar en el paradero donde ella baja. Agito la cola cuando baja del bus, saco la lengua al verla caminar, quiero saltar cuando se acerca. Y me asusta su sombra que siempre la guía.

¿Seré algún día algo para ella? O ella seguirá siendo mi amor inconcluso y yo seré, para ella, su amor incognito.


lunes, 6 de septiembre de 2010

Hoy comenzaré un cuento.

Hoy comenzaré un cuento.

Escribiré con tristeza, porque en mi alma la felicidad fue raptada. Embarraré la pluma con tinta negra y pondré en marcha el ritmo de mi mano. Y de aquel papel blanquiñoso envidiaré su pureza. Obtendré, al fin, unos versos con palabras mal escritas y sin sentido alguno. Y será el logro de días estresado y de serias reflexiones sobre el amor. Finalmente, saldré orgulloso de un papel manchado con palabras y lo publicaré en ese blog que a nadie le interesa.

Daniel E. Yupanqui Lorenzo.

martes, 31 de agosto de 2010

Me dedico al amor

Espantando los mosquitos que me inquietaban con tanto esmero, pude recordar aquel cuento de una pequeña mariposa atrevida que enfrento a un hombre para que no pase, y mate por completo, a su querida que yacía en el suelo moribunda y cansada de dolor; y aquel hombre viendo aquel esfuerzo caminó por el otro lado lodoso, porque aquella mariposa se merecía ver y estar con su amante los segundos que le quedaba, por su valentía.

Y rascando mi pierna, comenté sobre lo que me pasaba. Y mientras su beso acariciaba mis labios pude sentir su cuerpo chocando el mío y su caricia de niña suave. Y comprendí que para mí el amor era algo que no podía dejar pasar. Y mientras dejábamos de besarnos contemplé que ese cariño que había fugado había regresado cabizbajo y con esa sonrisita que no lo perdió ni por las dificultades. Entró en mí como salió y ahora sólo comprendo que sigo siendo ese amante del amor que una vez deje de serlo. Y por el amor escribo y por él me dedico.

domingo, 15 de agosto de 2010

Hermano, te extraño.

Hola Carlos.


Te escribo porque no tengo otra cosa qué hacer. He tenido un día agitado y estoy cansado… La verdad te escribo porque ya hace medio año no sé nada de ti. Me preocupa. Sé que al separarnos, hermano querido, fue triste. Siempre compartíamos cosas, desde muy pequeños. Como esa vez que inventamos nuestro propio idioma, ¿te acuerdas? Fue divertido. Cuando abusábamos de la paciencia de mamá; nosotros fuimos el motivo de sus arruguitas prematuras. Y cómo nos divertíamos de pequeño, y cuando nos pegábamos, eso era genial. Sentir ese dolorcito chistoso que nos hacía reír. ¡Qué momentos! Desde que te fuiste de casa a estudiar, nuestro hogar no fue lo mismo.
Ahora mamá llora porque sabe que pronto me iré yo también. Que saldré con mis maletas llenas de ropa y me dirigiré a mi hogar con mi esposa, como tú lo hiciste hace seis meses atrás. Nunca olvidaré esa boda magnífica, donde tú con esa sonrisita de enamorado caprichoso cogiste la mano de tu esposa y saliste de esa iglesia a tu carrito. Y aunque no llevé cámara (no sabes cuánto me arrepiento no haberlo llevado), seguirá en mi memoria y en esa grabación que nuestro viejo alquiló como una pequeña sorpresa.

Te admiro como lo hice siempre. Desde peque fuiste un gran ejemplo… Me acabo de acordar, que siempre hacía lo que tú hacías. Si elegías algo yo lo elegía también, sé que a veces te daba cólera, pero lo hacías porque sabía que lo que escogías estaba correcto.

Y gracias por los consejos. Por tu confianza, por tu amistad y especialmente por el amor que me diste hermanito.

PD:: Esteban nuestro perrito, como tú lo llamaste, murió ayer, ya estaba viejo. Pero desde que ya no estás el perro ya estaba mal. Ah… mamá te manda saludos. Te quiero hermano. Adiós.



A Anthony.

viernes, 13 de agosto de 2010

Esta mañana desperté como...

Esta mañana desperté como más me gustaba. El dolor de cabeza me agobiaba, me obstruía a pensar y a recordar. Miré ese cielo inspirador de la ciudad, y con el lápiz, que siempre llevaba conmigo junto a un pedazo de papel manchado. Y comencé a escribir, inspirado por aquel cielo, versos de frustración. Versos que sin duda quedaron en ese basurero que tenía a mi costado.

Puse en marcha mis pies, y saliendo de aquel callejón, me di cuenta que las personas me miraban de forma extraña. Sólo opté por no hacerles caso. Caminaba a mi refugio, y al llegar a aquella choza de mansión que tenía, me sentí solo. Las bebidas no me daban felicidad, ni mi familia. Nadie me quería ahí, sólo estaba para repartir el dinero y nada más.

“Cariño, ¿Dónde estabas?” “Llegaste justo cuando me iba de compras, ¿Me das dinero? Es urgente, amor”

Y, como era de costumbre, le daba su capricho.

Tomé una ducha, y me puse mi bata.

Con la botellita de licor a mi costado me puse a pensar y a preguntarme cosas que nunca me había hecho. Me senté en el inmenso jardín al frente de mi mansión. Y cogí la pluma y un papel impecable, y comencé a escribir frustrado y con amor.

Esta mañana desperté como mi escritor interior siempre quiso.

sábado, 7 de agosto de 2010

¡Dios, qué reto!

Caminé hasta que me cansé. Mis piernas no daban más. Sentía mi cuerpo adormecido, la sangre, en mi cuerpo, no circulaba. Mis fuerzas se agotaban cada segundo de esa canción folklórica que sonaba en aquel lugar. Sabía que todo esto iba a pasar, nunca debí aceptar este reto. Por eso siempre me encargaba de quedarme en casa para no poder estar como ahora.

Mi pierna dolía. Me senté en esa banquita de fierro que pude encontrar con tanto esfuerzo. <>. Y me agité aun más.

    -Vamos Raúl.
    -Espera, Mari.-contesté con una parte de mi aliento de vida.
    -Ay!... No seas quejón. Sólo llevamos poco tiempo aquí.

Consulté mi reloj de manera disimulada. Y no lo podía creer, ¡tenía razón! Llevamos caminando, paseando o lo que fuese en aquel lugar, media hora.

    -¿Vamos, ya?
    -Espérate un ratito, pues.
    -Ay, ni que este supermercado de ropas sea tan grande.

¡Dios, qué reto!

jueves, 5 de agosto de 2010

Mi vieja nos amó.

Mi vieja, con actitud anónima a ella, se fue de la casa dejando sus pertenencias que, según nosotros, eran las más importantes: nosotros. Fue a buscar el rumbo que le arrebatamos con nuestro nacimiento. Dando un paso más a la vida, mi vieja se fue a su destino perdido, a su reencuentro con la vida liberal en donde ella tenía futuro.


Yo la vi cuando tomó esa pequeña maletita y se largó. Yo era grande, pero mi hermano, no. Fue ese día cuando él como criatura inocente me preguntó con entusiasmo ¿A qué hora volverá, mamá?, y fue cuando supe que tenía sentimientos.

La vida de mi madre tomó su rumbo preferido. Sus labios que en años perteneció a mi padre ya eran de muchos más, de hombres que gozaban de ella. Me contaban, por ahí, que su vida había mejorado que su departamento era increíble y nada le faltaba, era feliz.

Nunca le comenté algo a mi hermanito menor. Cuando me preguntaba no sabía qué responderle sin herirlo, pero él iba creciendo sin su presencia, ni la de mi padre.

Un día llamó a la puerta una señora irreconocible, su cuerpo delgado y ojeras pronunciadas. Su voz baja no se escuchaba de lo mejor. Sus manos se estiraron con un papel envuelto de otro forrado. Y al leer y reconocer la letra, sentí un latido fuerte.

La carta de mi madre se mantuvo cerrada hasta su muerte. Murió de sida, su vida de prostituta no era del todo un encanto. Su vida tomo un rumbo distinto por nosotros, sus labios siempre perteneció a mi padre pero no había otra salida. Lo que me habían contado era cierto, su vida había mejora en forma económica, su departamento era grandioso, pero ella nunca vivió en él, no era feliz y siempre le faltó algo que dejó: nosotros.

Ahí, donde la muerte la llamó y la tragó, fue cuando solté la primera lágrima desde que era un bebé. Su carta era demasiado para mi orgullo. Nos dejó en esa casucha pobre un tiempo para darnos un departamento increíble. Ahora sí sentí que nos amaba.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Segunda Parte - 2/2

***


Me desperté porque el sol había entrado no sé cómo de frente a mi rostro. Tal vez la ventana abierta hizo que entre el aire que movía la cortina y dejaba que la luz de a fuera se apoderara de una parte de mi cuarto. Lo cerré y mi cabello no tan largo estaba entreverado. Me vi en el espejo de mi ropero. Abrí la puerta que soltaba un sonido que me hacía estremecerme. Era de sábado y salí a jugar una pichanguita con mis amigos del barrio. Mi dribling era perfecto, todos me querían en su equipo como a Pulpo que era un buen arquero. Si nos uníamos éramos un equipo perfecto, así decían los muchachos de por ahí. A veces mi orgullo me ayudaba a tener más confianza en mí mismo.

El sol quemaba intensamente el suelo de la cancha del barrio. Nos cansaba rápidamente, y dejaba que el sudor brote más rápido y con un olor más intenso que en invierno. Pero el buen jugador, juega donde sea y donde quiera decían. Nos tomamos una Inca Kola bien fresquita. Oe checa a esas germas que vienen en esa esquina. Volteé miré como queriendo reconocer a alguien de las chicas, pero era inútil porque no conocía a muchachas del barrio, sólo varones. Una de ellas me miró a los ojos, me sorprendí y me quede mirándola, ella se volteó y sonrió. Me reí para mí mismo y puse la botella de la gaseosa en la mesita de la tienda, al querer voltear ellas ya no estaban.

Me eché en la vereda y con mis piernas estiradas comencé a jugar. Todos me decían que tenía una mente infantil, pero no me importaba, me sentía bien como era.

    -Oe chiquitín… ya me di cuenta pendejo. Con Claudia ¿no? Jajaja… Es la hermana de Álvaro-me dijo Pulpo-.
    -¿Álvaro?
    -Sí pues, él de la vuelta, él de los “vandálicos”.
    -Ahh… ¿ese tío que casi muere de un balazo en una guerreada?
    -Si pues… jaja… ése mismo.

Me quedé pensativo con los ojos parpadeando rápidamente tratando de programar buenas y claras imágenes en mi mente sobre qué sería que su hermano se pelee conmigo. Al final me veía todo ensangrentado tirado en el suelo y sólo con algunos cuchillazos en mi estomago. Fue divertido.



Te amo.

Me levanté después de la siesta que tuve al rato de jugar partido, claro siempre bañándome. Su voz de Lucía en mi sueño diciendo te amo me hizo extrañarla más, aunque ella ya no lo hacía. Juan Carlos siempre estaba a su lado pero como amigo. Me puse a recordar. Ellos siempre eran unidos, pero pensaba que no había peligro sabiendo que eran amigo nada más. Lloré. A pesar de no ser tan atento yo era delicado en mis sentimientos.

Me volteé boca abajo con mi cabeza en el aire y mi cuerpo en mi cama. Miraba el suelo y me imaginaba el rostro de Lucía y Claudia, las dos simpáticas. Pero yo amaba a Lucia, y no sabía nada de Claudia sólo su nombre y su hermano el peligroso Xavi, su apodo. En el barrio se habla a veces de Xavi y de sus aventuras en las guerreadas que siempre caía herido, era como un soldado o un militar, jefe de los “Vandálicos” siempre andaba con su sable en el lado de la pierna derecha, bien camuflado, y al caminar tenía una maniobra para que el sable no le incomode o no se haga daño; y dos revólveres en cada lado. A su corta edad de diecisiete años, él ya tenía respeto en todos los barrios de alrededor. Era el aliancista más atrevido que había visto, cuando unían fuerzas con la pandilla vecina, aliancista también. Los jefes Xavi y Maluco eran armas de fuego con balas ilimitadas que si no tenían fuerzas se iban para el lado de atrás y sacaban su gran polvito que siempre les gustaba oler, y se iban de vuelta al ataque. Era un terror pelear con ellos. Los dos peleaban iguales, un sable en una mano y en la otra un arma. Sus enemigos eran los de la “U”. Yo no era de ninguno de los dos, me gustaba el fútbol pero prefería no ser de ningún equipo del Perú. Podías vivir mejor y sin problemas.

Su rostro de Lucia me hacía acordar todo los momentos que pasamos juntos, y el de Claudia sólo sus lindos ojos claros que impresionó a todos mis amigos.

Me pareció raro que me mirara a mí, si los más lindos eran mis compañeros de juego. Siempre decían que tenían chicas aquí, allá y más allá y eso me dio a entender que después de su lindura seguía yo. Por eso me preguntaba por qué a mí si yo soy el más menos de aquí, pero bueno, me miró. Y aquel cruce de miradas me ayudó a distraerme un poco de lo de Lucia, aunque no quería.

martes, 3 de agosto de 2010

Segunda Parte - 1/2

Me acercaba a mi casa. Pensaba en Lucía y Juan. Era algo casi inevitable de hacer. Me lo había escondido mucho tiempo, y en todo ese tiempo yo le deba lo mejor de mí, aunque no le enviara cartitas o no le daba nada, pues yo no era tan cariñoso y eso ella lo sabía.


    -Maldita sea-pisé caca.

El olor se había profundizado en mis fosas nasales y en el ambiente del barrio donde crecí. Camina cabizbajo y los perros me seguían tal vez por el olor. Los bordes de mis zapatos estaban embarrados por excremento color verde con algo medio rojizo. Conseguí un palito de helado y con tanto esfuerzo y asco, lo saqué. Todos me miraban.

    -Hey chiquitín… vamos a jugar partido habla.
    -No, no pasa nada…-respondí-estoy sin ganas tipón.

Se alejó con un bueno. Mis piernas se sentían cansadas. Al llegar a casa me reservé en mi habitación. Mis paredes pintadas y sucias daban un aspecto terrorífico a cada figura que tenía. El dinosaurio que me dieron el año pasado se mantenía de pie, firme, en su postura original. La lámpara con su luz opaca, parpadeaba mientras yo me tiraba en mi cama. Y las bellas almohadas de pluma relajaban, de una forma u otra, todo mi cuerpo. Y las sábanas que siempre se mantenían en el suelo se veían como alfombra de mal gusto. Y mis ropas sucias que desbordaban el cesto donde los ponía.

Me cambié en un zas. Agarré mi laptop y me puse a terminar de escribir ese cuentito que nunca había acabado, y que se lo iba a dar a Lucia cuando cumpliéramos los dos años de nuestra relación, no lo terminé.

Pero bueno, las cosas a veces no salen como uno quiere siempre me decía cuando todo se me complicaba. Mi cuarto era oscuro también, las cortinas tapaban todo el resplandor que el sol me ofrecía como regalo. Pero bueno, yo ya me había acostumbrado a la oscuridad desde que estuve viviendo en el último cuarto, donde la oscuridad era la luz. Increíblemente pude acostumbrarme a esa oscuridad que yo representaba como amiga. A veces le hablaba y ella sólo escuchaba mis lamentos.

Se cansó mi vista de la luz brillante de la laptop, la aparté de mi lado y me puse a pensar. Imaginaba el beso que nunca pensé imaginarme y con la cual me había robado el corazón Lucia.

¡Toc Toc!

    -¡Pase!

Entró con pasos suavecitos mi hermanito menor.

    -Hermanito, ven para que comas.
    -Ya Abel, gracias.
    -Pero hermanito apúrate porque se acaba y yo te guardé lugar para que te sientes-su vocecita de niñito, como lo era, me animaba… Era tan lindo, aunque había varias sillas en la mesa, él siempre me reservaba el que estaba a su lado derecho.
    -Ya hermanito.

Me levanté con esfuerzo y Abel se acercó y me jalo de la mano con su fuerza de cuatro añitos. Lo ayudé a llevarme hacia el comedor.

Mi mamá se limpiaba la cara con un pañuelito y se puso a comer.

Abelito se acomodó en su silla y me hizo un signo de que me sentara con él. Me acerqué y me senté.

    -Hijo… ¿Qué te pasa?
    -Nada mamá… sólo estoy cansado, nada más.
    -Ah ya hijito, entonces come y ve a dormir.
    -Ya mamá.
    -Pero yo quiero jugar con Josué-dijo Abel-.
    -Abelito está cansado tu hermanito déjalo que descanse.
    -No, está bien mamá, jugaré con él como se lo prometí.

Abelito soltó una risita preciosa que me hacía recordar a Lucia. Su voz chillona de Lucia y su risita delicada como el de un bebé siempre me cautivaban.

lunes, 2 de agosto de 2010

Me extraño.

Me he sentado solo varias veces. Pensando en mí, pensando en los momentos de tristeza que son agradables para mis versos. Tratando de averiguar cuál es el recuerdo más doloroso para poder así recrearme en palabras y poder deshacerme con frases simplonas.

Me cuesta entender que ya no escribo, que mis versos fueron desechos como excremento de conejo, fácil de limpiar. Y que mis palabras ya no llegan a nadie, que ese don se escondió y que ya no valgo nada.

Me cuesta darme cuenta que me fui, que ya no soy aquel escritor que hizo aburrir a sus compañeros con sus obras maestras. Que ese mundo de párrafos ya no es mío y que yo sólo sirvo para llorar.

Me he sentado en esa esquina donde los onanistas de mis amigos hacían sus travesuras, y yo me senté ahí sólo para poder sentirme yo, para poder sentir dolor cada vez que quería, para poder darme cuenta que no vale la pena sufrir por el amor.

Extraño el amor que sentía por él. Lo extraño cada vez más desde que salió de mí como un espiritu moribundo. Cuando lo encuentro y cruzamos miradas siento que perdí su amor por siempre, que él ya no me ama. Pero, sin embargo, yo lo amo aún. Cuando se sale del avismo de mi ser por la calle con algunas frasecitas de cuentos pasados, simplemente tiendo a llorar. Y cuando sentado frente a la computadora recuerdo nuestras cartas y las voluminosas palabras que escribimos juntos por amor y orgullo. Y cuando estamos frente a nuestros cuentos, él sólo se esconde y obvia esos textos.

Ya perdí al escritor de mis adentros, lo amo por sus versos. Pero él no me ama. Perdi al Daniel real, quien con sus palabritas enamoraba a esas muchachas de gustos románticos. Ahora sólo me tengo solo, no estoy completo. Soy la replica viva de Daniel, a quien lo extraño por sus versos.

Primer capítulo

El pleito con Lucía me llenaba de cólera y tristeza, pero sabía que al fondo donde ella decía que no había nada estaba esa sensibilidad que tranquilizaba su orgullo. Lucia se enfadó, o tal vez yo, porque nos distanciamos en algunos días, porque ella paraba con sus amigos, inseparables. Mira Lucía, quiero que estés bien y si estar con tus amigos te hace más feliz que estar conmigo, pues, vale quédate con ellos y yo me iré. Discutimos con esa voz que nunca había escuchado de ella y con mi voz que ella nunca había escuchado. Fue divertido ver su rostro enojado con las arruguitas de su nariz bien formada y limpia, sus ojos bien abiertos para ver cada gesto o cada reacción que tenía. Sus labios aferrados a sus palabras, cada letra pronunciada era tan rápida que a veces se me hacía difícil de entender. Y qué hablar de sus manos, suaves, pero toscas al formar la posición para el ataque.

Hubo una maniobra rápida por parte de ella, sus dedos juntos y la palma bien extendida se alzaba, acto continuo, chocaron contra mi cachete izquierdo dejando una huella roja, grande y dolorosa. Se iba de la batalla y los soldados de mis manos la agarraron fuerte, y le dije que no se vaya. Suéltame Josué, me quiero ir, ¡suéltame! No la solté, aunque hubiese esa discusión y la cachetada nunca la soltaría porque la amaba. Me das cólera Josué ¿lo sabías? Claro que lo sabía. La miré y ella a mí, pero sus ojos presentaban algo de sorpresa como si nunca la hubiera mirado de esa forma. Mis ojos presentaban tranquilidad, suavidad, un poco de sensibilidad y mis pestañas risadas formaban a mis ojos más femeninos, hermosos, pero lo que más le sorprendió fue ver mis ojos brillantes, no por felicidad, sino por las lágrimas. Agachó la cabeza y yo la quise abrazar pero ella lo hizo primero. Hay algo que tengo que decirte. Dijo.

    -Dímelo.

Sus ojos no soportaron tanta presión que su conciencia le daba, y lloró.

    -Juan Carlos…-su pausa fue tan larga y profunda que una parte de mí me dijo que eran malas noticias- Me besó.
    -¡¿Qué?!

Agachó la cabeza.

    -¿Por qué no me lo dijiste?
    -Tenía miedo. Lo siento.
    -Pero miedo a qué. ¿Cómo pasó?
    -Lo siento. Yo lo dejé que me besara… fue algo estúpido de mi parte, Josué. Pero es que…
    -¿Tú lo dejaste?-le corte las palabras-.

Hubo un silencio en ella que la mantuvo con ganas de llorar aun más.

    -Continúa-le dije con un tono de decepción.
    -Eso fue todo, nada más pasó.
    -Respóndeme algunas preguntas-le dije- ¿tú sientes algo por él? Y ¿qué es lo que sientes por mí?

Lloró más aún.

    -No… no… no, no te puedo decir nada de eso.

La miré y ella a mí. Nuestras miradas se confundían.

    -Entonces…-dije-sí sientes algo por él.
    -Sí… Lo siento.
    -Y qué por mí.
    -No lo sé.

Juan Carlos un pata que al comienzo del año habíamos tenido confianza. Fui el primero en hablarle, fui él que lo integró a todo el grupo de amigos, cuando lo culpaban yo lo defendía. Era como un amigo para él pero, de cierto modo, él no me veía así.

Lucia se secó el rostro con un pañuelito que nunca había visto que ella lo llevara. Lo guardó.

    -Lucía… ¿Por qué no me lo dijiste antes?… ¿cuándo pasó eso?
    -Fue en junio.
    -¿En junio? Pero si estamos agosto. Me lo guardaste todo este tiempo. ¿Por qué?-mi tristeza se llenaba de cólera profunda y pura, con algo de rabia exagerada.
    -Porque pensé que ese gustito que tenía por Juan Carlos iba a pasar. Pero no fue como dije… él me mandaba cartitas, me regalaba cositas que tú nunca habías hecho. Él era más sensible que tú. Juan siempre me decía cosas bonitas, y siempre con sus miraditas. Eso hizo que me enamore de él. ¿Acaso tú hiciste algo para que me enamore de ti? Tú sólo te declaraste porque sabías que me gustabas…
    -Pero yo te llegué a amar.
    -Pero ¿acaso reforzabas ese amor? Dime tú cuándo me mandaste una carta.
    -Nunca.
    -¿Cuándo me dijiste cosas bonitas o cuando me regalaste una cajita de chocolates o un peluchito?
    -Nunca.
    -¿Y así querías que esta relación continúe? Cuando yo fui la que te dio las cartitas, la que te compró un polito y la que te dio un marco con nuestra foto. Tú no ponías de tu apoyo. Tú no hacías nada.
    -Pero no debiste hacer eso si estabas conmigo… Hubiese preferido que lo hicieras cuando me hubieses terminado-tragué la poca saliva que tenía en mi boca-. Adiós.

Levanté mi cabeza, con el ánimo, y me fui.