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martes, 31 de agosto de 2010

Me dedico al amor

Espantando los mosquitos que me inquietaban con tanto esmero, pude recordar aquel cuento de una pequeña mariposa atrevida que enfrento a un hombre para que no pase, y mate por completo, a su querida que yacía en el suelo moribunda y cansada de dolor; y aquel hombre viendo aquel esfuerzo caminó por el otro lado lodoso, porque aquella mariposa se merecía ver y estar con su amante los segundos que le quedaba, por su valentía.

Y rascando mi pierna, comenté sobre lo que me pasaba. Y mientras su beso acariciaba mis labios pude sentir su cuerpo chocando el mío y su caricia de niña suave. Y comprendí que para mí el amor era algo que no podía dejar pasar. Y mientras dejábamos de besarnos contemplé que ese cariño que había fugado había regresado cabizbajo y con esa sonrisita que no lo perdió ni por las dificultades. Entró en mí como salió y ahora sólo comprendo que sigo siendo ese amante del amor que una vez deje de serlo. Y por el amor escribo y por él me dedico.

domingo, 15 de agosto de 2010

Hermano, te extraño.

Hola Carlos.


Te escribo porque no tengo otra cosa qué hacer. He tenido un día agitado y estoy cansado… La verdad te escribo porque ya hace medio año no sé nada de ti. Me preocupa. Sé que al separarnos, hermano querido, fue triste. Siempre compartíamos cosas, desde muy pequeños. Como esa vez que inventamos nuestro propio idioma, ¿te acuerdas? Fue divertido. Cuando abusábamos de la paciencia de mamá; nosotros fuimos el motivo de sus arruguitas prematuras. Y cómo nos divertíamos de pequeño, y cuando nos pegábamos, eso era genial. Sentir ese dolorcito chistoso que nos hacía reír. ¡Qué momentos! Desde que te fuiste de casa a estudiar, nuestro hogar no fue lo mismo.
Ahora mamá llora porque sabe que pronto me iré yo también. Que saldré con mis maletas llenas de ropa y me dirigiré a mi hogar con mi esposa, como tú lo hiciste hace seis meses atrás. Nunca olvidaré esa boda magnífica, donde tú con esa sonrisita de enamorado caprichoso cogiste la mano de tu esposa y saliste de esa iglesia a tu carrito. Y aunque no llevé cámara (no sabes cuánto me arrepiento no haberlo llevado), seguirá en mi memoria y en esa grabación que nuestro viejo alquiló como una pequeña sorpresa.

Te admiro como lo hice siempre. Desde peque fuiste un gran ejemplo… Me acabo de acordar, que siempre hacía lo que tú hacías. Si elegías algo yo lo elegía también, sé que a veces te daba cólera, pero lo hacías porque sabía que lo que escogías estaba correcto.

Y gracias por los consejos. Por tu confianza, por tu amistad y especialmente por el amor que me diste hermanito.

PD:: Esteban nuestro perrito, como tú lo llamaste, murió ayer, ya estaba viejo. Pero desde que ya no estás el perro ya estaba mal. Ah… mamá te manda saludos. Te quiero hermano. Adiós.



A Anthony.

viernes, 13 de agosto de 2010

Esta mañana desperté como...

Esta mañana desperté como más me gustaba. El dolor de cabeza me agobiaba, me obstruía a pensar y a recordar. Miré ese cielo inspirador de la ciudad, y con el lápiz, que siempre llevaba conmigo junto a un pedazo de papel manchado. Y comencé a escribir, inspirado por aquel cielo, versos de frustración. Versos que sin duda quedaron en ese basurero que tenía a mi costado.

Puse en marcha mis pies, y saliendo de aquel callejón, me di cuenta que las personas me miraban de forma extraña. Sólo opté por no hacerles caso. Caminaba a mi refugio, y al llegar a aquella choza de mansión que tenía, me sentí solo. Las bebidas no me daban felicidad, ni mi familia. Nadie me quería ahí, sólo estaba para repartir el dinero y nada más.

“Cariño, ¿Dónde estabas?” “Llegaste justo cuando me iba de compras, ¿Me das dinero? Es urgente, amor”

Y, como era de costumbre, le daba su capricho.

Tomé una ducha, y me puse mi bata.

Con la botellita de licor a mi costado me puse a pensar y a preguntarme cosas que nunca me había hecho. Me senté en el inmenso jardín al frente de mi mansión. Y cogí la pluma y un papel impecable, y comencé a escribir frustrado y con amor.

Esta mañana desperté como mi escritor interior siempre quiso.

sábado, 7 de agosto de 2010

¡Dios, qué reto!

Caminé hasta que me cansé. Mis piernas no daban más. Sentía mi cuerpo adormecido, la sangre, en mi cuerpo, no circulaba. Mis fuerzas se agotaban cada segundo de esa canción folklórica que sonaba en aquel lugar. Sabía que todo esto iba a pasar, nunca debí aceptar este reto. Por eso siempre me encargaba de quedarme en casa para no poder estar como ahora.

Mi pierna dolía. Me senté en esa banquita de fierro que pude encontrar con tanto esfuerzo. <>. Y me agité aun más.

    -Vamos Raúl.
    -Espera, Mari.-contesté con una parte de mi aliento de vida.
    -Ay!... No seas quejón. Sólo llevamos poco tiempo aquí.

Consulté mi reloj de manera disimulada. Y no lo podía creer, ¡tenía razón! Llevamos caminando, paseando o lo que fuese en aquel lugar, media hora.

    -¿Vamos, ya?
    -Espérate un ratito, pues.
    -Ay, ni que este supermercado de ropas sea tan grande.

¡Dios, qué reto!

jueves, 5 de agosto de 2010

Mi vieja nos amó.

Mi vieja, con actitud anónima a ella, se fue de la casa dejando sus pertenencias que, según nosotros, eran las más importantes: nosotros. Fue a buscar el rumbo que le arrebatamos con nuestro nacimiento. Dando un paso más a la vida, mi vieja se fue a su destino perdido, a su reencuentro con la vida liberal en donde ella tenía futuro.


Yo la vi cuando tomó esa pequeña maletita y se largó. Yo era grande, pero mi hermano, no. Fue ese día cuando él como criatura inocente me preguntó con entusiasmo ¿A qué hora volverá, mamá?, y fue cuando supe que tenía sentimientos.

La vida de mi madre tomó su rumbo preferido. Sus labios que en años perteneció a mi padre ya eran de muchos más, de hombres que gozaban de ella. Me contaban, por ahí, que su vida había mejorado que su departamento era increíble y nada le faltaba, era feliz.

Nunca le comenté algo a mi hermanito menor. Cuando me preguntaba no sabía qué responderle sin herirlo, pero él iba creciendo sin su presencia, ni la de mi padre.

Un día llamó a la puerta una señora irreconocible, su cuerpo delgado y ojeras pronunciadas. Su voz baja no se escuchaba de lo mejor. Sus manos se estiraron con un papel envuelto de otro forrado. Y al leer y reconocer la letra, sentí un latido fuerte.

La carta de mi madre se mantuvo cerrada hasta su muerte. Murió de sida, su vida de prostituta no era del todo un encanto. Su vida tomo un rumbo distinto por nosotros, sus labios siempre perteneció a mi padre pero no había otra salida. Lo que me habían contado era cierto, su vida había mejora en forma económica, su departamento era grandioso, pero ella nunca vivió en él, no era feliz y siempre le faltó algo que dejó: nosotros.

Ahí, donde la muerte la llamó y la tragó, fue cuando solté la primera lágrima desde que era un bebé. Su carta era demasiado para mi orgullo. Nos dejó en esa casucha pobre un tiempo para darnos un departamento increíble. Ahora sí sentí que nos amaba.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Segunda Parte - 2/2

***


Me desperté porque el sol había entrado no sé cómo de frente a mi rostro. Tal vez la ventana abierta hizo que entre el aire que movía la cortina y dejaba que la luz de a fuera se apoderara de una parte de mi cuarto. Lo cerré y mi cabello no tan largo estaba entreverado. Me vi en el espejo de mi ropero. Abrí la puerta que soltaba un sonido que me hacía estremecerme. Era de sábado y salí a jugar una pichanguita con mis amigos del barrio. Mi dribling era perfecto, todos me querían en su equipo como a Pulpo que era un buen arquero. Si nos uníamos éramos un equipo perfecto, así decían los muchachos de por ahí. A veces mi orgullo me ayudaba a tener más confianza en mí mismo.

El sol quemaba intensamente el suelo de la cancha del barrio. Nos cansaba rápidamente, y dejaba que el sudor brote más rápido y con un olor más intenso que en invierno. Pero el buen jugador, juega donde sea y donde quiera decían. Nos tomamos una Inca Kola bien fresquita. Oe checa a esas germas que vienen en esa esquina. Volteé miré como queriendo reconocer a alguien de las chicas, pero era inútil porque no conocía a muchachas del barrio, sólo varones. Una de ellas me miró a los ojos, me sorprendí y me quede mirándola, ella se volteó y sonrió. Me reí para mí mismo y puse la botella de la gaseosa en la mesita de la tienda, al querer voltear ellas ya no estaban.

Me eché en la vereda y con mis piernas estiradas comencé a jugar. Todos me decían que tenía una mente infantil, pero no me importaba, me sentía bien como era.

    -Oe chiquitín… ya me di cuenta pendejo. Con Claudia ¿no? Jajaja… Es la hermana de Álvaro-me dijo Pulpo-.
    -¿Álvaro?
    -Sí pues, él de la vuelta, él de los “vandálicos”.
    -Ahh… ¿ese tío que casi muere de un balazo en una guerreada?
    -Si pues… jaja… ése mismo.

Me quedé pensativo con los ojos parpadeando rápidamente tratando de programar buenas y claras imágenes en mi mente sobre qué sería que su hermano se pelee conmigo. Al final me veía todo ensangrentado tirado en el suelo y sólo con algunos cuchillazos en mi estomago. Fue divertido.



Te amo.

Me levanté después de la siesta que tuve al rato de jugar partido, claro siempre bañándome. Su voz de Lucía en mi sueño diciendo te amo me hizo extrañarla más, aunque ella ya no lo hacía. Juan Carlos siempre estaba a su lado pero como amigo. Me puse a recordar. Ellos siempre eran unidos, pero pensaba que no había peligro sabiendo que eran amigo nada más. Lloré. A pesar de no ser tan atento yo era delicado en mis sentimientos.

Me volteé boca abajo con mi cabeza en el aire y mi cuerpo en mi cama. Miraba el suelo y me imaginaba el rostro de Lucía y Claudia, las dos simpáticas. Pero yo amaba a Lucia, y no sabía nada de Claudia sólo su nombre y su hermano el peligroso Xavi, su apodo. En el barrio se habla a veces de Xavi y de sus aventuras en las guerreadas que siempre caía herido, era como un soldado o un militar, jefe de los “Vandálicos” siempre andaba con su sable en el lado de la pierna derecha, bien camuflado, y al caminar tenía una maniobra para que el sable no le incomode o no se haga daño; y dos revólveres en cada lado. A su corta edad de diecisiete años, él ya tenía respeto en todos los barrios de alrededor. Era el aliancista más atrevido que había visto, cuando unían fuerzas con la pandilla vecina, aliancista también. Los jefes Xavi y Maluco eran armas de fuego con balas ilimitadas que si no tenían fuerzas se iban para el lado de atrás y sacaban su gran polvito que siempre les gustaba oler, y se iban de vuelta al ataque. Era un terror pelear con ellos. Los dos peleaban iguales, un sable en una mano y en la otra un arma. Sus enemigos eran los de la “U”. Yo no era de ninguno de los dos, me gustaba el fútbol pero prefería no ser de ningún equipo del Perú. Podías vivir mejor y sin problemas.

Su rostro de Lucia me hacía acordar todo los momentos que pasamos juntos, y el de Claudia sólo sus lindos ojos claros que impresionó a todos mis amigos.

Me pareció raro que me mirara a mí, si los más lindos eran mis compañeros de juego. Siempre decían que tenían chicas aquí, allá y más allá y eso me dio a entender que después de su lindura seguía yo. Por eso me preguntaba por qué a mí si yo soy el más menos de aquí, pero bueno, me miró. Y aquel cruce de miradas me ayudó a distraerme un poco de lo de Lucia, aunque no quería.

martes, 3 de agosto de 2010

Segunda Parte - 1/2

Me acercaba a mi casa. Pensaba en Lucía y Juan. Era algo casi inevitable de hacer. Me lo había escondido mucho tiempo, y en todo ese tiempo yo le deba lo mejor de mí, aunque no le enviara cartitas o no le daba nada, pues yo no era tan cariñoso y eso ella lo sabía.


    -Maldita sea-pisé caca.

El olor se había profundizado en mis fosas nasales y en el ambiente del barrio donde crecí. Camina cabizbajo y los perros me seguían tal vez por el olor. Los bordes de mis zapatos estaban embarrados por excremento color verde con algo medio rojizo. Conseguí un palito de helado y con tanto esfuerzo y asco, lo saqué. Todos me miraban.

    -Hey chiquitín… vamos a jugar partido habla.
    -No, no pasa nada…-respondí-estoy sin ganas tipón.

Se alejó con un bueno. Mis piernas se sentían cansadas. Al llegar a casa me reservé en mi habitación. Mis paredes pintadas y sucias daban un aspecto terrorífico a cada figura que tenía. El dinosaurio que me dieron el año pasado se mantenía de pie, firme, en su postura original. La lámpara con su luz opaca, parpadeaba mientras yo me tiraba en mi cama. Y las bellas almohadas de pluma relajaban, de una forma u otra, todo mi cuerpo. Y las sábanas que siempre se mantenían en el suelo se veían como alfombra de mal gusto. Y mis ropas sucias que desbordaban el cesto donde los ponía.

Me cambié en un zas. Agarré mi laptop y me puse a terminar de escribir ese cuentito que nunca había acabado, y que se lo iba a dar a Lucia cuando cumpliéramos los dos años de nuestra relación, no lo terminé.

Pero bueno, las cosas a veces no salen como uno quiere siempre me decía cuando todo se me complicaba. Mi cuarto era oscuro también, las cortinas tapaban todo el resplandor que el sol me ofrecía como regalo. Pero bueno, yo ya me había acostumbrado a la oscuridad desde que estuve viviendo en el último cuarto, donde la oscuridad era la luz. Increíblemente pude acostumbrarme a esa oscuridad que yo representaba como amiga. A veces le hablaba y ella sólo escuchaba mis lamentos.

Se cansó mi vista de la luz brillante de la laptop, la aparté de mi lado y me puse a pensar. Imaginaba el beso que nunca pensé imaginarme y con la cual me había robado el corazón Lucia.

¡Toc Toc!

    -¡Pase!

Entró con pasos suavecitos mi hermanito menor.

    -Hermanito, ven para que comas.
    -Ya Abel, gracias.
    -Pero hermanito apúrate porque se acaba y yo te guardé lugar para que te sientes-su vocecita de niñito, como lo era, me animaba… Era tan lindo, aunque había varias sillas en la mesa, él siempre me reservaba el que estaba a su lado derecho.
    -Ya hermanito.

Me levanté con esfuerzo y Abel se acercó y me jalo de la mano con su fuerza de cuatro añitos. Lo ayudé a llevarme hacia el comedor.

Mi mamá se limpiaba la cara con un pañuelito y se puso a comer.

Abelito se acomodó en su silla y me hizo un signo de que me sentara con él. Me acerqué y me senté.

    -Hijo… ¿Qué te pasa?
    -Nada mamá… sólo estoy cansado, nada más.
    -Ah ya hijito, entonces come y ve a dormir.
    -Ya mamá.
    -Pero yo quiero jugar con Josué-dijo Abel-.
    -Abelito está cansado tu hermanito déjalo que descanse.
    -No, está bien mamá, jugaré con él como se lo prometí.

Abelito soltó una risita preciosa que me hacía recordar a Lucia. Su voz chillona de Lucia y su risita delicada como el de un bebé siempre me cautivaban.

lunes, 2 de agosto de 2010

Me extraño.

Me he sentado solo varias veces. Pensando en mí, pensando en los momentos de tristeza que son agradables para mis versos. Tratando de averiguar cuál es el recuerdo más doloroso para poder así recrearme en palabras y poder deshacerme con frases simplonas.

Me cuesta entender que ya no escribo, que mis versos fueron desechos como excremento de conejo, fácil de limpiar. Y que mis palabras ya no llegan a nadie, que ese don se escondió y que ya no valgo nada.

Me cuesta darme cuenta que me fui, que ya no soy aquel escritor que hizo aburrir a sus compañeros con sus obras maestras. Que ese mundo de párrafos ya no es mío y que yo sólo sirvo para llorar.

Me he sentado en esa esquina donde los onanistas de mis amigos hacían sus travesuras, y yo me senté ahí sólo para poder sentirme yo, para poder sentir dolor cada vez que quería, para poder darme cuenta que no vale la pena sufrir por el amor.

Extraño el amor que sentía por él. Lo extraño cada vez más desde que salió de mí como un espiritu moribundo. Cuando lo encuentro y cruzamos miradas siento que perdí su amor por siempre, que él ya no me ama. Pero, sin embargo, yo lo amo aún. Cuando se sale del avismo de mi ser por la calle con algunas frasecitas de cuentos pasados, simplemente tiendo a llorar. Y cuando sentado frente a la computadora recuerdo nuestras cartas y las voluminosas palabras que escribimos juntos por amor y orgullo. Y cuando estamos frente a nuestros cuentos, él sólo se esconde y obvia esos textos.

Ya perdí al escritor de mis adentros, lo amo por sus versos. Pero él no me ama. Perdi al Daniel real, quien con sus palabritas enamoraba a esas muchachas de gustos románticos. Ahora sólo me tengo solo, no estoy completo. Soy la replica viva de Daniel, a quien lo extraño por sus versos.

Primer capítulo

El pleito con Lucía me llenaba de cólera y tristeza, pero sabía que al fondo donde ella decía que no había nada estaba esa sensibilidad que tranquilizaba su orgullo. Lucia se enfadó, o tal vez yo, porque nos distanciamos en algunos días, porque ella paraba con sus amigos, inseparables. Mira Lucía, quiero que estés bien y si estar con tus amigos te hace más feliz que estar conmigo, pues, vale quédate con ellos y yo me iré. Discutimos con esa voz que nunca había escuchado de ella y con mi voz que ella nunca había escuchado. Fue divertido ver su rostro enojado con las arruguitas de su nariz bien formada y limpia, sus ojos bien abiertos para ver cada gesto o cada reacción que tenía. Sus labios aferrados a sus palabras, cada letra pronunciada era tan rápida que a veces se me hacía difícil de entender. Y qué hablar de sus manos, suaves, pero toscas al formar la posición para el ataque.

Hubo una maniobra rápida por parte de ella, sus dedos juntos y la palma bien extendida se alzaba, acto continuo, chocaron contra mi cachete izquierdo dejando una huella roja, grande y dolorosa. Se iba de la batalla y los soldados de mis manos la agarraron fuerte, y le dije que no se vaya. Suéltame Josué, me quiero ir, ¡suéltame! No la solté, aunque hubiese esa discusión y la cachetada nunca la soltaría porque la amaba. Me das cólera Josué ¿lo sabías? Claro que lo sabía. La miré y ella a mí, pero sus ojos presentaban algo de sorpresa como si nunca la hubiera mirado de esa forma. Mis ojos presentaban tranquilidad, suavidad, un poco de sensibilidad y mis pestañas risadas formaban a mis ojos más femeninos, hermosos, pero lo que más le sorprendió fue ver mis ojos brillantes, no por felicidad, sino por las lágrimas. Agachó la cabeza y yo la quise abrazar pero ella lo hizo primero. Hay algo que tengo que decirte. Dijo.

    -Dímelo.

Sus ojos no soportaron tanta presión que su conciencia le daba, y lloró.

    -Juan Carlos…-su pausa fue tan larga y profunda que una parte de mí me dijo que eran malas noticias- Me besó.
    -¡¿Qué?!

Agachó la cabeza.

    -¿Por qué no me lo dijiste?
    -Tenía miedo. Lo siento.
    -Pero miedo a qué. ¿Cómo pasó?
    -Lo siento. Yo lo dejé que me besara… fue algo estúpido de mi parte, Josué. Pero es que…
    -¿Tú lo dejaste?-le corte las palabras-.

Hubo un silencio en ella que la mantuvo con ganas de llorar aun más.

    -Continúa-le dije con un tono de decepción.
    -Eso fue todo, nada más pasó.
    -Respóndeme algunas preguntas-le dije- ¿tú sientes algo por él? Y ¿qué es lo que sientes por mí?

Lloró más aún.

    -No… no… no, no te puedo decir nada de eso.

La miré y ella a mí. Nuestras miradas se confundían.

    -Entonces…-dije-sí sientes algo por él.
    -Sí… Lo siento.
    -Y qué por mí.
    -No lo sé.

Juan Carlos un pata que al comienzo del año habíamos tenido confianza. Fui el primero en hablarle, fui él que lo integró a todo el grupo de amigos, cuando lo culpaban yo lo defendía. Era como un amigo para él pero, de cierto modo, él no me veía así.

Lucia se secó el rostro con un pañuelito que nunca había visto que ella lo llevara. Lo guardó.

    -Lucía… ¿Por qué no me lo dijiste antes?… ¿cuándo pasó eso?
    -Fue en junio.
    -¿En junio? Pero si estamos agosto. Me lo guardaste todo este tiempo. ¿Por qué?-mi tristeza se llenaba de cólera profunda y pura, con algo de rabia exagerada.
    -Porque pensé que ese gustito que tenía por Juan Carlos iba a pasar. Pero no fue como dije… él me mandaba cartitas, me regalaba cositas que tú nunca habías hecho. Él era más sensible que tú. Juan siempre me decía cosas bonitas, y siempre con sus miraditas. Eso hizo que me enamore de él. ¿Acaso tú hiciste algo para que me enamore de ti? Tú sólo te declaraste porque sabías que me gustabas…
    -Pero yo te llegué a amar.
    -Pero ¿acaso reforzabas ese amor? Dime tú cuándo me mandaste una carta.
    -Nunca.
    -¿Cuándo me dijiste cosas bonitas o cuando me regalaste una cajita de chocolates o un peluchito?
    -Nunca.
    -¿Y así querías que esta relación continúe? Cuando yo fui la que te dio las cartitas, la que te compró un polito y la que te dio un marco con nuestra foto. Tú no ponías de tu apoyo. Tú no hacías nada.
    -Pero no debiste hacer eso si estabas conmigo… Hubiese preferido que lo hicieras cuando me hubieses terminado-tragué la poca saliva que tenía en mi boca-. Adiós.

Levanté mi cabeza, con el ánimo, y me fui.